Crea una escena de apareamiento parecida a la de J...
Creado el: 17 de mayo de 2025
Creado el: 17 de mayo de 2025
Crea una escena de apareamiento parecida a la de Jake y Neytiri en el Árbol de las Voces en avatar, para un libro.
La bruma azulada que emanaba del Gran Árbol de los Ecos se arremolinaba perezosa entre las raíces, encendiendo el aire con destellos que parecían latidos de luz. Al pie del tronco, Lilan y Kael avanzaron descalzos sobre el musgo fosforescente, cuyos filamentos se abrían como diminutas luciérnagas bajo cada paso.
A su alrededor, millares de semillas luminiscentes descendían en silencio, flotando como pensamientos que buscaban posarse sobre un recuerdo feliz. El susurro de las hojas —ecos de voces antiguas— envolvía el claro en un canto apenas audible, de esos que se sienten más en la piel que en el oído.
Kael alzó la mirada hacia las lianas brillantes que pendían del dosel y tomó una, invitándola a danzar. Lilan se dejó arrastrar con una sonrisa que era mitad timidez, mitad reconocimiento profundo. Cuando sus trenzas se rozaron, los hilos sensoriales de ambos se entrelazaron en un gesto tan natural como respirar; al hacerlo, una oleada cálida recorrió sus cuerpos, como si el árbol mismo hubiera decidido latir a través de ellos.
El mundo más allá del claro pareció disolverse en un remolino de verdes y azules suaves. Las luciérnagas voladoras marcaron el compás de un latido compartido. Sin palabras, Kael apoyó su frente contra la de Lilan; sus alientos se mezclaron, rítmicos, y el leve temblor que empezó en sus manos se extendió hasta envolverlos por completo.
Guiados por aquella sinfonía silenciosa, se recostaron sobre un lecho de pétalos holográficos que, al contacto con su piel, resplandecieron con matices índigo y esmeralda. La pulpa viva del árbol acompañaba cada gesto con un murmullo grave, como un anciano satisfecho de presenciar un antiguo rito repetirse una vez más.
Los dedos de Lilan dibujaron caminos lentos sobre la espalda de Kael, recogiendo la luminiscencia del entorno hasta que ambos parecían esculpidos con el mismo polvo estelar. Sus respiraciones se acompasaron, se entrecortaron; cada exhalación se convertía en una nueva luz flotante que regresaba al árbol.
Y cuando sus cuerpos acabaron de hallar el mismo ritmo —ese en el que dos corazones se confunden en uno—, el claro entero pareció inclinarse, complacido, para proteger aquella intimidad recién nacida. Una ráfaga suave agitó las hojas; las semillas danzantes se unieron en espirales y, poco a poco, el resplandor se hizo más tenue, como un manto discreto que la selva desplegó para custodiar su secreto.
Nada más se oyó salvo el suspiro tranquilo de quienes se saben uno solo bajo la mirada atemporal de un árbol que guarda memorias… y acaba de añadir una nueva.